La franquicia es un modelo de negocio
basado en la pertenencia a una red con unos objetivos y estrategias comunes que
son marcados anualmente por el franquiciador y que son de obligado cumplimiento
por todos los componentes de la enseña. Ahora bien, la gran mayoría de las
franquicias existentes contribuyen al crecimiento sostenido de la marca
mediante dos variables básicas, por un lado, la expansión mediante la adhesión
de nuevos franquiciados y, por otro, el incremento individual de las ventas de
cada franquiciado y, como consecuencia de ambos efectos, el aumento del volumen
de ventas global de la enseña, lo que contribuye a la estrategia de crecimiento
y consolidación de la red. Por ello, el principal objetivo que se plantean los
franquiciadores es el incremento del volumen de negocio y la mayor capilaridad
de la enseña.
Todo ello viene avalado si se tiene en
cuenta que, en general, el franquiciado paga un porcentaje de sus ventas en
concepto de royalties, y por tanto, es de esperar, que el objetivo primordial
del franquiciador sea el volumen de ventas y el número de franquicias que
componen la red (el departamento de expansión es uno de los más relevantes en
la organización), lo que contribuye a un mayor posicionamiento y poder de
mercado frente al resto de competidores. Si tengo más gallinas y además ponen
más huevos, seré el granjero más afortunado.
Pero existe un lucro cesante oculto que
se genera debido al coste de oportunidad de optimizar el funcionamiento
conjunto de la red de franquicias que componen la enseña (por la ausencia de
herramientas y de indicadores de gestión adecuados) frente al comportamiento
individual de cada franquiciado, y que normalmente es ignorado debido al
enfoque en el día a día de la compañía. Sin embargo, en la mayoría de las franquicias,
este enfoque excesivamente cortoplacista hace que los empresarios se centren en
los aspectos operativos de su propio negocio franquiciado, más que en los
estratégicos de toda la red, lo que desvirtúa los planes de negocio de la
enseña o, al menos, no los hace altamente eficientes.
Otro aspecto relevante es la composición
de la red de franquicia, tradicionalmente emprendedores al frente de una PYME
que no disponen ni de los conocimientos, ni de las herramientas de gestión
integral de su negocio que le permitan operar estratégicamente y no sólo
operativamente. El franquiciado tiene como principal objetivo vender y obtener
beneficios, pero desconoce (o al menos no dispone de un sistema de gestión
adecuado) las palancas de valor de su negocio( con los indicadores de gestión
relevantes) que le permitirían actuar más que proporcionalmente sobre el valor
y la rentabilidad de su franquicia.
Evidentemente, cualquier franquiciado
conoce mejor que nadie su negocio, pero no tiene una visión integral de la enseña,
lo cual significa que en su mente existen indicadores sobre los que entiende
debe actuar para mejorar su gestión, no están estructurados, y lo que ocurre es
que normalmente se actúa, de forma aislada, sobre ellos cuando hay una
situación de crisis (este mes no se ha vendido suficiente), no se tiene un
sistema de gestión adecuado que proporcione alarmas y acciones preventivas y/o
correctivas y además no dispone del conjunto de indicadores que componen toda
la franquicia, sólo una parte.
Actualmente si acaso, las enseñas a
título general y sus franquiciados a título particular, disponen de
herramientas más o menos complejas basadas en Excel para medir factores
aislados muy básicos y operativos del negocio (ventas del día, tesorería en
caja, inventarios, etc) sin ningún tipo de interrelación entre si ni con los
objetivos del plan director de la enseña.
Así pues, los franquiciados tienden a
comportarse como reinos de taifas, defendiendo sus intereses legítimos y no los
del conjunto, mientras que la central mira hacia otro lado siempre que reciba
los royalties esperados y que el comportamiento de la red sea acorde con las
directrices generales de la enseña (básicamente lo estipulado en el contrato de
franquicia).
¿Hasta qué punto nos importa lo que le ocurre a nuestro vecino?
Ahora bien, si vivimos en comunidad, el comportamiento y los problemas de mi vecino pueden afectar a la imagen de todos y, por ende, a los resultados individuales.
¿No sería más sensato y generoso trabajar en equipo y remar en la misma dirección?
El problema más tradicional de la gran mayoría de las enseñas es que tienen procesos separados para la estrategia, para la estructura organizativa, para la gestión de los recursos disponibles, para el presupuesto, las relaciones con los clientes, etc. Sin embargo, en la mayoría de los casos, si se mide algo, todo se traduce, en última instancia, en medidas a través de indicadores financieros que en la mayoría de los casos son las ventas y el crecimiento de la red.
Dentro del concepto vertebral del “know how” que se supone transmite el franquiciador al franquiciado, se encuentran normalmente los aspectos operativos del negocio y, dentro de ellos, en algunos casos, herramientas de gestión diversas (clientes, ventas, existencias, etc). Sin embargo, son muy escasas las enseñas que diseñan e implantan en su red una herramienta de gestión que permita gozar de una visión integral de las principales palancas de valor del negocio (a través de los indicadores de gestión identificados) y, con ello, el efecto inductor de las mismas sobre los objetivos estratégicos planteados. Por tanto, no es posible, con un alto grado de precisión y en poco tiempo, poner en marcha las medidas correctivas y/o preventivas adecuadas en todos los puntos de la red. El sistema de medición de cualquier organización afecta de forma notable al comportamiento de los empleados y a los resultados de la misma. Y es que como ya bien se sabe, todo aquello que no puede ser medido, no puede ser bien gestionado.
¿Hasta qué punto nos importa lo que le ocurre a nuestro vecino?
Ahora bien, si vivimos en comunidad, el comportamiento y los problemas de mi vecino pueden afectar a la imagen de todos y, por ende, a los resultados individuales.
¿No sería más sensato y generoso trabajar en equipo y remar en la misma dirección?
El problema más tradicional de la gran mayoría de las enseñas es que tienen procesos separados para la estrategia, para la estructura organizativa, para la gestión de los recursos disponibles, para el presupuesto, las relaciones con los clientes, etc. Sin embargo, en la mayoría de los casos, si se mide algo, todo se traduce, en última instancia, en medidas a través de indicadores financieros que en la mayoría de los casos son las ventas y el crecimiento de la red.
Dentro del concepto vertebral del “know how” que se supone transmite el franquiciador al franquiciado, se encuentran normalmente los aspectos operativos del negocio y, dentro de ellos, en algunos casos, herramientas de gestión diversas (clientes, ventas, existencias, etc). Sin embargo, son muy escasas las enseñas que diseñan e implantan en su red una herramienta de gestión que permita gozar de una visión integral de las principales palancas de valor del negocio (a través de los indicadores de gestión identificados) y, con ello, el efecto inductor de las mismas sobre los objetivos estratégicos planteados. Por tanto, no es posible, con un alto grado de precisión y en poco tiempo, poner en marcha las medidas correctivas y/o preventivas adecuadas en todos los puntos de la red. El sistema de medición de cualquier organización afecta de forma notable al comportamiento de los empleados y a los resultados de la misma. Y es que como ya bien se sabe, todo aquello que no puede ser medido, no puede ser bien gestionado.
La elaboración del plan estratégico (o
del plan director) se hace anualmente por parte del franquiciador mediante
reuniones y concentraciones durante unas semanas y se revisa de forma
periódica, por todos los directivos y los consultores si son contratados. Como
resultado, se obtiene un documento con lo que la empresa espera conseguir en el
medio y largo plazo y que es presentado en la reunión anual a los franquiciados
de la enseña.
De forma independiente, en el último
trimestre del ejercicio, se suele elaborar el presupuesto de la compañía, los
objetivos de venta de cada franquiciado, así como los diversos planes
funcionales tales como marketing, operaciones, tecnología, ...., en general, lo
que se llaman planes operativos y, por tanto, a corto plazo.
De esta forma se produce la disociación
entre el corto y el largo plazo, entre los planes operativos y los planes
estratégicos, y por tanto, no se suelen identificar ni medir ningún tipo de
indicadores que permitan asociar el corto plazo y el largo plazo fomentando un
crecimiento de la enseña armonizado y sólido.
Tradicionalmente, el modelo de
franquicia garantiza una serie de sinergias entre los componentes de la red
(economías de escala en compras, imagen de marca, posicionamiento, poder de
negociación, etc), pero es cierto que hay otras muchas posibilidades de mejora
por la gestión equilibrada y consolidada de los principales generadores de
valor de la franquicia. La identificación de los indicadores de gestión
adecuados y sus interrelaciones, permitirían actuar rápidamente sobre las
desviaciones de cualquiera de los componentes de la red generando mayores
sinergias y sincronizando como un reloj suizo el funcionamiento de cada una de
las piezas que componen la enseña. Además, permitiría educar e involucrar al
franquiciado en conceptos de gestión que hoy día son totalmente desconocidos y
que le permitiría centrarse en aspectos clave de la gestión de su negocio.
La pregunta que habría que hacerse es
¿por qué no intentar que en vez de que cada franquiciado actúe por su cuenta
(siguiendo sólo las directrices básicas de la central), sea el franquiciador el
que , teniendo la visión de conjunto, articule las herramientas necesarias para
mover sincronizadamente los hilos de cada franquicia de la enseña?
Por tanto, una vez que está definida la estrategia a seguir por la enseña y se han identificado los principales generadores de valor (con sus correspondientes indicadores interrelacionados), sería de gran apoyo la existencia de una herramienta con múltiples medidas y objetivos vinculados, que sean a la vez consistentes y mutuamente reforzantes, lo que permitiría influenciar la gestión de la dirección para que pueda enfocarse en la mejora de aquellos procesos de negocio más críticos para la ventaja competitiva.
Por tanto, una vez que está definida la estrategia a seguir por la enseña y se han identificado los principales generadores de valor (con sus correspondientes indicadores interrelacionados), sería de gran apoyo la existencia de una herramienta con múltiples medidas y objetivos vinculados, que sean a la vez consistentes y mutuamente reforzantes, lo que permitiría influenciar la gestión de la dirección para que pueda enfocarse en la mejora de aquellos procesos de negocio más críticos para la ventaja competitiva.
En las grandes compañías, especialmente
las que cotizan en los mercados de valores, uno de los principales objetivos es
la creación de valor y, para ello, una de las herramientas cada vez más
utilizadas para cubrir los problemas anteriormente identificados es lo que se
conoce como el Cuadro de Mando Integral (Balanced ScoreCard).
El Cuadro de Mando integral, en este
sentido, es la herramienta que permite hacer lo anteriormente dicho y que viene
a sustituir a los tradicionales cuadros de mando que generalmente consistían en
un conjunto de indicadores meramente financieros, incorporando las relaciones
causa-efecto entre las variables clave de la organización.
Si bien es cierto, que al final, los
accionistas y los mercados en general, evalúan lo que es medible y se traduce
en los resultados y ratios financieros, no es menos cierto que si éstos no
están ligados fuertemente con la estrategia de la compañía, a la larga no se
crea valor para la misma y por tanto para los propietarios.
El concepto de Cuadro de Mando Integral,
busca, por lo tanto, ligar los distintos procesos de negocio de una compañía
con la estrategia que previamente ha planificado, con el objetivo de asociar
indicadores (y por tanto medir) de tipo financiero con otros más conceptuales
como los relacionados por ejemplo con la gestión del capital humano.
En este sentido, hay cuatro pilares
básicos, fuertemente interrelacionados, sobre los que se apoya esta
herramienta, como son, los indicadores financieros (ventas, rentabilidad,
beneficio, cash flow, solvencia, etc), los relativos a la eficiencia en los
procesos internos (tiempos de respuesta, cuellos de botella, etc), los de
gestión de los recursos humanos (rotación, carrera profesional, motivación,
formación, etc) y los que miden la perspectiva del cliente (reclamaciones,
rotación, fidelización, imagen de marca, ingreso medio por cliente, penetración
de mercado, etc) y su grado de satisfacción. Todo ello ligado a su vez con la
visión, misión y objetivos del plan de negocio propuesto por la enseña y
extrapolable a todos los socios de la red franquiciada.
Por decirlo de otra forma, el diseño y
desarrollo, por parte del franquiciador de un Cuadro de Mando Integral serviría
de interfaz entre los objetivos estratégicos (a largo plazo) y los operativos
(a corto plazo y del día a día), a la vez que permite asociar los indicadores
identificados con los distintos responsables de los mismos, facilitando algo
que también está de moda como es la gestión por objetivos y evitando la
dilución de responsabilidades ante el incumplimiento de los mismos.
Un aspecto no menos importante es el de
crear cultura interna entre los distintos empleados y franquiciados, pues
mediante los objetivos asignados, son conscientes de cómo su actividad permite
alcanzar los objetivos generales y las estrategias, algo que hoy día es inusual
en la mayoría de las compañías.
Ligar la estrategia con los distintos indicadores (KPIs) del Cuadro de Mando
Integral, permite no sólo detectar y anticiparse a posibles desfases o
problemas, sino que permite asociar los mismos a un concepto igualmente de moda
como es el de la creación y gestión del valor, no sólo para el cliente (esa ya
se da por supuesta) sino para todos los componentes de la red franquiciada, a
través de la relación que deben tener los distintos indicadores de gestión
utilizados con las principales palancas de valor de la compañía y, por tanto,
con los elaborados objetivos estratégicos planteados por la enseña en el plan
director y estratégico. Aquellas enseñas que sean capaces de implementar
mecanismos basados en el concepto del Cuadro de Mando Integral, estarán
gestionando equilibradamente el valor de toda la red, estarán haciendo más
eficientes sus procesos de negocio, mejorarán cuantitativa y cualitativamente
el posicionamiento de la enseña y, estarán gestionando adecuadamente el valor
de la marca franquiciada, lo que a medio y largo plazo le permitirá
consolidarse con una ventaja competitiva sostenible frente al resto de
competidores, siendo más rentable y propiciando el interés de muchos más
emprendedores en formar parte de la red.
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