De pequeño recuerdo haber leído
el famoso cuento de la cigarra y la hormiga, en verano la cigarra cantaba
mientras se reía de la hormiga que trabajaba para acumular comida para el
invierno, hasta que éste llegó y la cigarra buscó a la hormiga para que le
prestase grano, el final todos lo conocemos. Muchos de los países desarrollados
o en vías de desarrollo y algunos emergentes, están enormemente endeudados, son
cigarras y el FMI ya ha alertado de que deben ser hormigas ya que muchos de
ellos no están preparados para hacer frente a situaciones adversas como un
cambio de ciclo económico o políticas monetarias que endurezcan los tipos de
interés o el acceso al crédito. Y es que no aprendemos de la literatura
popular, ni siquiera de los errores del pasado cuando hace muy pocos años hemos
sufrido una crisis económica y financiera mundial que ha puesto contra las
cuerdas al euro y que se ha solventado con el rescate de varios países mientras
el BCE sigue regando con dinero las necesidades financieras de las economías de
la eurozona.
Hoy me he despertado pensando que
debo a alguien que desconozco 3 euros más que ayer pues la deuda pública per
cápita ha crecido un 2,7% en los últimos 9 meses, hasta situarse en unos 25.200
euros, a escote como se dice popularmente. Sin embargo, no hago más que oír que
la deuda se va a mantener estable en un 98% del PIB, similar al año pasado y
que incluso el déficit público se reducirá alcanzando superávit primario en
2019, no lo entiendo. Porque claro, yo sé que los Estados no son los que deben
ese dinero, sino que somos los ciudadanos, los de ahora o los del futuro, quienes
pagaremos los excesos del pasado mediante más impuestos, eso y la muerte son
hechos seguros.
En el caso de España, es uno de
los países más endeudados del mundo y ha cerrado el tercer trimestre de 2018
con un total acumulado de deuda pública de 1.174.917 millones de euros y se
estima que el déficit público será similar al del año pasado, manteniendo una
senda de crecimiento incesante. Así pues, en los primeros 9 meses del año, el
aumento del stock de deuda respecto del cierre de 2017 ha sido de 30.500
millones de euros, 7 mil menos que en todo el año anterior y el déficit público
a mitad de año suma más de la mitad del total con el que cerró 2017. En este
sentido, Bruselas ha criticado la viabilidad de los presupuestos de 2019,
poniendo en duda su capacidad recaudatoria y, por tanto, el cumplimiento del
objetivo de déficit y deuda pública conforme al Plan de Estabilidad y
Crecimiento.
En el fondo, cuando alguien se endeuda
no hace más que anticipar al presente los gastos corrientes que podría tener en
el futuro y con ello, disfrutar con antelación de un bienestar que no podría
gozar si no fuese por el crédito. El único inconveniente que tiene el sistema
es que, 1) no es gratis, pues hay que pagar intereses, 2) hay que devolver el
dinero prestado y 3) hay que cruzar los dedos para que se mantenga la capacidad
de generar ingresos de modo que no ponga en riesgo la obligación de hacer
frente a los dos primeros puntos.
Al igual que una familia, el
endeudamiento moderado permite acometer nuevos proyectos e inversiones que
posibilitan crecer gracias al efecto multiplicador del apalancamiento
financiero. Sin embargo, elevadas dosis de deuda frenan dicho crecimiento
debido a que la gran mayoría de nuestros ingresos debemos dedicarlos al
servicio de la deuda impidiendo invertirlos eficientemente en mayor crecimiento
económico.
En cualquier caso, nos
encontramos ante un círculo vicioso en el que los desequilibrios de las cuentas
públicas se transforman en incrementos de la deuda que a su vez generan mayores
intereses que a su vez aumentan el déficit. Por muchos esfuerzos que los
gobiernos realicen para ajustar y recortar el gasto público corriente, el peso
de la mochila de los intereses tiene un elevado peso y, por ello, es
fundamental acometer reformas estructurales que permitan mejorar la recaudación
tributaria junto a recortes (palabra políticamente incorrecta) del gasto
público improductivo que permitan atacar de raíz el déficit como prioridad
estratégica de Estado.
Por otro lado, la clase política
habla de la equidad social, la redistribución de la renta y riqueza, pero lo
hace con las luces cortas sin pensar que el exceso en el dispendio público no
fomenta la solidaridad inter-generacional, pues se está dando una patada hacia
delante a un problema que afrontarán las generaciones futuras. Además, algunos
políticos se han habituado, de tal manera, a pagar todas sus decisiones sin el
necesario equilibrio presupuestario, con cargo a la emisión de deuda, de forma
cómoda, que parecen haberse creado un síndrome de deudo-dependencia aguda del
que será difícil desengancharlos. Y los nuevos equipos de gobierno que llegan,
se encuentran con una bola cada vez mayor que no saben cómo detener, sin
afectar a sus intereses electorales, por lo que pasan la patata caliente a los venideros,
a sabiendas de que nadie les va a responsabilizar por sus malas decisiones ya
que muchas veces sus efectos adversos se evidencian a largo plazo.
Si añadimos a la ecuación a los
bancos centrales, cuyas políticas monetarias alimentan el fuego de la deuda y
facilitan los desequilibrios presupuestarios, tenemos todos los ingredientes
para la gran fiesta del gasto en la que vivimos y en la que terminaremos con
una fuerte resaca. Para evitar lo que está por llegar, siguiendo las
recomendaciones del FMI, Bruselas y la OCDE, habría que diseñar, de forma
consensuada y sin paños calientes, una hoja de ruta para reducir
significativamente el déficit, dejando a un lado los tintes populistas de unos
y otros, con sentido de Estado, donde prime la sensatez y la viabilidad
económica, que nos permita disfrutar ahora del bienestar que podemos
permitirnos para que las futuras generaciones también puedan hacerlo.
Necesitamos, para ello, gobernantes hormiga y no cigarras que disparan con
pólvora ajena, pues a la larga será beneficioso para todos.
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